Picasso recordó: “Un día mi padre me dio su paleta y sus pinceles. De momento, no entendí por qué. Yo era muy joven, me alegré y basta… mucho después comprendí todo el alcance de su gesto”
Don José se rindió ante su hijo.
Picasso es un niño prodigio, y el ambiente de su casa, rodeado por sus hermanas y su madre, reconocen el gran talento que el pequeño de la familia, de mayor, despuntará como un cohete.
Desde muy pequeño asistía a las corridas de toros con su padre. Sus ojos, impactados ante el espectáculo de la plaza, recrean en el papel lo que será uno de sus temas predilectos al que rinde homenaje toda su vida.

Con tan solo diez años, la familia se traslada a La Coruña. En la Escuela de Bellas Artes de la capital gallega se dedica a los ejercicios más académicos, pronto combina el dibujo del natural con el paisaje, nada se escapa a la aprehensión de su entorno inmediato.
El dominio queda patente. Y si los comparamos, ¿de quién dirías que es cada cual?
Por entonces Joaquín Sorolla, trabajador incansable, practicaba todo tipo de gesto, postura y sentimiento, desentrañar la pincelada que mejor pudiera acogerse al modelo que quería representar.


El paso del modelo del yeso al modelo vivo implica un cambio de cálculo del color, aplicarlo en el lugar correcto, el que corresponda con un brillo, un medio tono o un oscuro.
Las zonas sombrías quedan planas, el gesto en la pincelada cargada de luz da brío al movimiento anatómico del cuerpo, señalar la musculatura, crear el espesor adecuado para que entendamos el conjunto y lo que es más difícil, captar el semblante que provoca la mirada, la boca entreabierta, la expresión del momento dado. Todo esto, enseña a nuestros grandes artistas a desarrollar el más complicado de los géneros, el retrato.
Si comprendemos su complejidad, admiramos el logro que supone la maestría de la figura humana.
En la pintura intervienen tantas variables de nuestra atención, la medida de las partes, la armonía entre ellas, la ubicación en el espacio, el tratamiento volumétrico más, todo lo que es dirigir el pincel como la batuta de un director de orquesta, que todo lo coordina y dirige.
Por eso, se ha considerado a la pintura como el arte del pensar. Te invito a que cuando veas una obra de arte, medites sobre la complejidad del entramado creativo porque así entrarás en el misterio de la trascendencia que implica la pintura.