Los museos, un viaje del futuro al pasado

El siglo XIX gira la cabeza hacia el pasado para contemplar a la Escuela Española.

Picasso tenía tan solo trece años cuando vio, junto con su padre, don José Ruiz Blasco, Las meninas de Velázquez, en el Museo del Prado, en una visita a Madrid durante la primavera de 1895. Desde aquel momento la obra maestra del sevillano reaparece en momentos clave de la vida del malagueño.

El cuadro es tema de debates estéticos entre la vanguardia, de la que Picasso forma parte desde sus primeros años en Barcelona.

Los museos son el espacio idóneo donde recorrer con nuestra mirada la evolución de la historia del arte.

Museo del Prado. Grabado siglo XIX Salneuve / Langlade Colección privada.

La Escuela española, aislada y a contracorriente de la dirección dominante en Europa desde comienzos del siglo XVII, se desarrolló de manera peculiar, personal, con un naturalismo crudo, una característica no solo pictórica, sino también de los que acusan el sonido de nuestra lengua que conforma nuestra personalidad, considerada ruda y directa.

Esta manera intempestiva de nuestro carácter es uno de los rasgos exóticos y cautivadores para la mirada extranjera, tan ajena a nuestra personalidad y costumbres como atractiva.

Hasta el viaje de Manet a Madrid en 1865 no se produjo el arco crítico definitivo que señalaba como los tres puntos culminantes del arte español a El Greco, Velázquez y Goya.

A partir del s. XVIII la enseñanza del arte se fue institucionalizando con la creación de las Reales Academias de Arte, ofrecían una instrucción reglada que a la vez validaba la maestría del artista. 

Se exponía semestral o anualmente el trabajo de los alumnos, cultivando la atención de la crítica. Los artistas dependían de la suerte de verse promovidos o no.

El caso de Manet en un principio validado por las instituciones, será un ejemplo de cómo ser denostado lo convierte en un artista de éxito.

Édouard Manet, hijo mayor de un funcionario del Ministerio de Justicia francés, tenía esperanzas tempranas de convertirse en oficial naval. Tratando dos veces el examen de ingreso a la escuela de formación, el adolescente se fue a París para seguir una carrera en las artes. Allí estudió con Thomas Couture y copió diligentemente obras en el Musée du Louvre.

En 1861, a la edad de veintinueve años, obtiene la mención de honor del Salón por El cantor español (1860). Orgulloso de su éxito, decide presentarse al Salón de 1863.

Ese año, más de la mitad de las presentaciones al Salón oficial fueron rechazadas, incluida la del propio Manet. Para acallar las protestas públicas, Napoleón III ordenó la formación de un Salon des Refusés. Manet exhibió tres pinturas, incluida la escandalosa “Desayuno sobre la hierba”esta escena de libertinaje moderno conmocionó al público parisino.

Eduard Manet El cantante español (1860). Metropolitan Museum, Nueva York
Vista exterior del Palais de l'Industrie donde se instala el Salon de Refusés de 1863

Abatido por la respuesta crítica a su arte, Manet viajó a España en agosto de 1865. Su interés por la cultura española ya había sido evidente durante años, con pinturas como La cantante española, Mademoiselle V… , y Joven con traje de majo.  Vistió a sus modelos de estudio con trajes andaluces y los equipó con accesorios españoles, a menudo de manera fantasiosa. 

 

Las presentaciones de Manet al Salón de 1864 fueron nuevamente condenadas por la crítica.

Las escenas modernas de Manet siguieron siendo objeto de críticas durante toda la década. Su famosa Olympia fue considerada la obra más impactante del Salón de 1865.

Eduard Manet Olympia (1860) Museo D´Orsay, París.
Eduard Manet, Un torero (1866-1867) Metropolitan Museum, Nueva York

Estilísticamente, muchas de estas pinturas revelan una clara deuda con el arte español de grandes maestros, Velazquez y Goya.

Después de ser rechazado en el Salón de 1866 y enterarse de que también sería excluido de la Exposición Universal de 1867, Manet con la ambición encontrar una audiencia para su arte, no dudó en emplear su herencia para construir un pabellón al otro lado de la calle de la Exposición Universal. Dentro había cincuenta de sus cuadros, incluidas varias obras que hacen más que un guiño a la cultura española.

A principios de ese año, Émile Zola, había publicado un artículo extenso y elogioso sobre Manet en el que proclamó un augurio cierto:  “El futuro es suyo”

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