Los inicios de Picasso

Picasso tuvo otra fortuna. Don José, el padre de Picasso, es pintor y profesor de dibujo de la Escuela Provincial de Bellas Artes de Málaga, además de director-conservador del Museo Municipal de la ciudad, especializado en la decoración de comedores.  

Antes de cualquier otra palabra, se dice que Picasso aprendió a decir «lápiz» incluso antes de que fuera capaz de caminar para buscarlo. Tanto Sorolla como Picasso reconocieron durante su infancia cuál era su elemento, con qué fluye la forma natural del ser.

Don José lo lleva desde que es muy pequeño, y le transmite su pasión por la plaza de toros, siempre clamorosa, vibrante.

A los 8 años, Picasso pinta en óleo sobre madera su primer cuadro conocido que conservará toda su vida 

 
El Picador Amarillo, 1890 Picasso
Palomas 1888 Jose Ruiz Blasco

Picasso vivía en la plaza de la Merced, está poblada de plátanos donde anidan miles y miles de palomas. Su padre le animaba a pintarlas, le presta sus pinceles, empieza por dejarle pintar las patas de las palomas. 

Una tarde, don José lo deja solo con una gran naturaleza muerta. A su regreso encuentra las palomas totalmente terminadas, y las patas tienen tanta vida que don José, impresionado, le cede su paleta decidido a no volver a pintar.
 
Aunque José Ruiz Blasco ni siquiera se cuenta entre sus principales exponentes de la escuela malagueña del siglo XIX, su legado es enorme, le transmite el interés por la pintura, la técnica, pero sobre todo, la constancia y tenacidad, valores arraigados en quien resultaría ser uno de los artistas más geniales del siglo XX.
 
Jaume Sabartés resume así la importancia del padre en la vocación artística del hijo: «[…] de él le viene su afición por la pintura y […] él es quien le dio sus primeras lecciones».