Nací el 15 de noviembre de 1887 en un en una granja de Wisconsin, en Sun Prairie. Desde pequeña supe que quería ser pintora. Mi determinación hizo que diera los primeros pasos. Fui a la Escuela de Arte del Instituto de Chicago. Fue una gran experiencia el tiempo que estuve en Chicago, conocí el Art Noveau, la ciudad se inspiraba en el vitalismo de la naturaleza, era maravilloso contemplar que ante la industrialización que se vivía, el amor a la vitalidad vegetal se respiraba en la decoración de los edificios, en la forma de crear artesanal.
Decidí trasladarme a Nueva York, trataban de enseñarme a copiar de la realidad. Sin embargo, me di cuenta de que nadie me enseñaba a pintar lo que yo quería hacer, mi propia pintura. Durante ese tiempo crucé la puerta de la galería 291 de la Quinta Avenida y presentí que la galería de Alfred Stiegliz sería el lugar desde el que se estaba dirimiendo el arte del s. XX.
Nunca dejé de estar al tanto de lo que ocurría en la 291, incluso cuando estuve trabajando en Virginia y en Texas. Llegó un momento en que decidí dar libertad a mi expresión artística, renovarla para encontrar mi propio lenguaje. El papel, la tinta, la acuarela en los medios más inmediatos. Compartí con mi amiga Anita Pollitzer mi obra y le pedí que mostrara los dibujos a Stieglitz. Expuso mi obra con emoción en su galería, intuyó que tenía un lenguaje propio por desarrollar.
Mis paseos, mi amor por estar en contacto con la naturaleza marcó mi expresión artística. Cada día salía al encuentro con ella. Pasear y pintar han sido mi forma de vida, ¿puedes verlo en mis cuadros? El color y la forma serán mi alfabeto y la música impregnará los ritmos de mi pintura. Formas dentadas, junto a otras suaves, sensuales, expresan quien soy. Traslado mis impresiones auditivas al color y a la forma.
Recuerdo “el mugido de las reses en los corrales llamando a sus terneros noche y día es un sonido que siempre me ha perseguido. Tenía un ritmo regular como las viejas canciones de los penitentes, repitiendo los mismos ritmos una y otra vez”.
Sí, descubrí a Kandinsky. Mi amiga Anita me consiguió un ejemplar de su libro “De lo espiritual en el arte” traducido al inglés. Sentí resonar en mi espíritu lo que para Kandinsky era la pintura: ”el principio de la necesidad interior”. Esta es la semilla, la raíz de mi árbol que se expandirá hasta los confines dando como fruto mis emociones más íntimas. Arthur Wesley Dove me ayudó a darle forma. El entendía el color, la huella de Gauguin, sus discípulos de Pont-Aven y la estética del arte japonés, fue todo un descubrimiento para mí. Una historia inspiradora que te contaré en el próximo vídeoblog.
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